sábado, 19 de noviembre de 2011

Vivir o morir por un tatuaje

 El desarrollo creciente y sostenido de la tecnología ha hecho posible mantener la vida de numerosas personas en situación crítica. Sin embargo, la utilización de procedimientos y tecnologías de apoyo vital ha dado lugar a discusiones sobre la licitud de su uso en determinadas circunstancias.

Este debate acerca de qué deben hacer los médicos: respetar los deseos de los pacientes o cumplir su "labor", se abrió nuevamente  porqueTomkins, una mujer inglesa de 81 años, se tatuó en su pecho No Resucitar,  tratando de lograr que los médicos no cumplan con sus obligaciones profesionales. Decimos, nuevamente, porque en 2003 ya nos habíamos hecho eco del problema con el caso de Frances Palack, una ex enfermera, también de origen inglés, quién se había tatuado No Resucitar, prohibido el pas. Cabe preguntarnos si realmente es una nueva moda o la gente quiere decidir cuándo morir.

En primer lugar, tenemos que aclarar que en base a los casos citados estamos hablando de la reanimación cardiorrespiratoria (RCP) y no de personas que dependen de un aparato para seguir con vida.  El RCP es una actividad médica basada en protocolos, en un entorno, en general, desfavorable y con una gran incertidumbre. Es esencial señalar que la resucitación no es la mera restauración de funciones vitales sino la supervivencia con un mínimo de calidad de vida. Creemos que  la clave del problema se halla en que una persona inconsciente no puede expresar su voluntad, por dicho motivo tanto Palack como Tomkins decidieron tatuar su pecho. ¿Hasta qué punto esto es valedero?  ¿El médico lo respetará? Estamos seguros que para un profesional de la salud no debe ser fácil tomar una decisión, pero también sabemos que cuando está en juego la vida de un menor se tomará en cuenta la voluntad de los padres. ¿Y en el caso de un adulto, quién se encargará de dicha decisión, los hijos, un papel, el tatuaje o el médico?

A lo anteriormente dicho se suma la ética médica, entendiéndose a la misma como un conjunto de principios morales que orientan la conducta de los profesionales de la salud. Los principios éticos no son inmutables, cambian según la época y las características sociales y culturales de los pueblos. Tradicionalmente, la ética en la práctica médica se ha guiado por los principios hipocráticos de “hacer el bien y evitar el mal”, sin tener en cuenta la opinión del paciente. Según el Dr. Paco Meglade (director del área de infectología del Hospital Muñiz de Capital Federal), los profesionales de la salud pueden transformar a la muerte en un fallecimiento armónico y en paz, pero no pueden abandonar a una persona que podría seguir viviendo, ya que romperían con el Juramento Hipocrático y serían juzgados ante la ley sin ningún tipo de compasión.

Por otra parte se debe tener en cuenta que el derecho a vivir o a morir lo puede tener cualquier ser humano en perfecto estado de conciencia, pero en el momento en que alguna persona se encuentra descompuesta, fuera de sus cabales o inconciente, ningún tercero puede decidir por él, ya que ante la justicia prevalece la vida. En sí un tatuaje es algo que se lleva durante toda la vida, nuestros pensamientos cambian constantemente y está bien que así sea. De alguna manera, estamos en esta vida para aprender, crecer, evolucionar y podemos arrepentirnos. En el momento de la inconsciencia una persona no se puede volver a manifestar una voluntad válida y demostrar que en ese momento, su intención real era la de seguir viviendo.

La evolución de la mentalidad en nuestra sociedad, la valoración de que no siempre el máximo tratamiento es lo mejor, y la toma de conciencia de que los recursos económicos y sanitarios son limitados, han obligado a cambiar progresivamente la práctica médica desde la idea de “hágase todo lo posible” a la de “hágase todo lo razonable”. Finalmente, por más tatuaje y escrito certificado que pueda poseer una persona, son innecesarios a la hora de ser salvados de la muerte, ya que los facultativos van a hacer todo lo humanamente posible para poder reanimarlos y mantenerlos estables hasta su mejoramiento definitivo o hasta su deceso.

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