Corrían los primeros días de octubre, el
calorcito se empezaba a sentir y Marcela decide llevar a su hijo
Juancito a la plaza del barrio para que pueda divertirse y andar con el
triciclo libremente, mientras ambos disfrutan de los radiantes rayos de
sol que alumbraban el esplendor de la naturaleza reluciente en
primavera.
Marcela preparó el equipo de mate, llevó a
Juancito a hacer pipí al baño, cargó el triciclo en una mano y bajaron
los seis pisos en el veloz ascensor que los depositó en el hall de
entrada del edificio. Abrió la puerta vidriada de calle, bajaron los
tres escalones que separan el edificio de la vereda y emprendieron su
viaje hacia la plaza.
Cuando Juancito vio que llegaban al parque,
quiso soltarse de la mano de su mamá, pero Marcela lo agarró bien fuerte
y lo retó, porque él sabía que no debía irse de al lado de su mami.
Cruzaron la calle y una vez en la plaza, Juan montó su colorido triciclo
multicolor, simuló con su boca que ponía en marcha un motor y empezó a
pedalear. Marcela se sentó en el banco de madera pintado de blanco y
mientras refortalecía sus pulmones con los azares de las flores
primaverales, preparó el mate y observaba a Juancito ir y venir con su
triciclo a todo lo que le daban sus piernitas.
Entre mate va y mate viene se puso a hojear una
revista de chimentos que había comprado hacia varios días atrás y que
todavía no había podido leer; cada vez que terminaba de leer un párrafo
se cebaba un mate, levantaba la vista para mirar por donde andaba Juan,
aunque escuchaba su imitación de motor que la orientaba por donde
circulaba su hijo y seguía leyendo otro párrafo más.
Con el mate a medio terminar, mientras leía su horóscopo escucha que Juancito pasa frente a ella y le grita, -Mirá mamá, mirá lo fuerte que ando, pero un minuto después, cuando levanto la mirada, explotó en un solo grito –Para Juancitoooo. ¡¡¡Noooo!!!.
Juan había tomado mucha velocidad y no llegó a
frenar antes de alcanzar el cordón y cruzó la calle, pero con tan mala
suerte que un colectivo no llegó a frenar y lo atropelló. Juancito
golpeo su cabecita con el paragolpes y quedó junto a su triciclo
totalmente destrozado debajo del ómnibus; cuando llegó Marcela lo
levantó del piso, pero ya era muy tarde, su hijo, envuelto en sangre,
yacía muerto entre sus brazos.
Una semana después Marcela permanecía todo el
tiempo en la cama, llorando abrazada a un portarretrato con la foto de
Juancito, mientras se culpaba por no haberlo mirado cuando él se lo
pidió.
Los días fueron pasando, pero Marcela no lograba
mejorar, estaba profundamente deprimida por la culpa que sentía. Se
pasaba casi todo el tiempo en la cama, llorando sin parar y se levantaba
cada día por medio para ir a llevarle flores a la tumba de su hijito.
Si bien había sido un terrible golpe para todos,
Marcela no tenía mejorías y cada día que pasaba se sumergía más y más
en un pozo depresivo. Trascurría las horas de cada día dentro del
departamento en penumbras, permanentemente vestida con su deshebillé
sucio y mal oliente y cada vez que se reflejaba en alguno de los espejos
de la casa, se maldecía sola y se planteaba lo mala madre que fue,
dejándose desplomar en un sentimiento de desvalorización propia.
Sus amigas y su madre, trataban de levantarle el
ánimo, la llamaban por teléfono a cada rato y su esposo Raúl, ya no
sabía más que hacer para poder levantarle el ánimo. Le llevaba flores,
bombones, libros, discos de música, le preparaba ese salmón rosado al
ajillo que tanto le gustaba, pero nada soluciona su tristeza y su propia
degradación personal.
El primer aniversario del fallecimiento de Juan,
fue realmente un calvario, dos días antes de que se cumpla la fecha,
Marcela se desplomó en la cama y no se levantó más hasta que quiso ir al
cementerio. Luego de estar tres horas sentada en el piso mirando
fijamente la tumba de Juan, mientras lloraba desconsoladamente y
acariciaba la foto de la lápida como pidiéndole perdón, regresó a su
casa, se tomó un frasco completo de somníferos y se acostó a dormir.
Raúl volvió del trabajo y como la vio dormida,
no quiso despertarla, ya que hacía días que no dormía, así que la
acobijó y se acostó al lado de ella, la abrazó y se durmió anhelando que
el trago amargo que estabas sobrellevando se supere inmediatamente y
que su esposa se mejore ya.
Cuando los primeros haces de luz empezaron a
traspasar las hendijas de la persiana de madera del dormitorio, Raúl se
levantó y fue a preparar el desayuno para ambos. Cuando volvió con el
mate humeante y las criollitas con dulce de calabaza, quiso despertarla,
pero no hubo forma, entonces dejó todo en la mesita de noche y comenzó a
moverla con fuerza, pero Marcela no despertaba. Entre tantas
zamarreadas se cae al piso el frasco de Rivotril® que había comprado hacía dos días, pero estaba totalmente vacío.
Inmediatamente Raúl llamó a la emergencia
médica, que llegó en cuestión de minutos y al ver que con las maniobras
básicas Marcela no volvía en sí, decidieron trasladarla de urgencia para
que le hagan un lavaje gástrico y la hidraten para que recupere el
conocimiento.
Las horas en el hospital fueron eternas, Marcela
no salía del shock farmacológico, aunque de a poco comenzaba a
mejorarle la presión arterial. Luego de siete largas y agotadoras horas,
salió de la sala de Unidad de Terapia Intensiva, el doctor Romero,
quien era portador de alentadoras noticias, ya que les confirmó que
Marcela había recobrado el conocimiento, pero que la iban a tener en
observaciones hasta el día siguiente porque querían esperar que se le
pase el efecto de las drogas que ingirió.
Al otro día, a eso de las 7:15 llega el Dr.
Romero nuevamente al hospital y lo ve a Raúl durmiendo sentado en la
sala de espera, se le acerca, lo despierta suavemente y lo invita a
tomar un café en su consultorio. Raúl acepta la invitación y se van
caminando juntos.
Café humeante, recién hecho, de por medio, El
Dr. Romero le aconseja que sería conveniente que a Marcela la tratase un
especialista. Raúl no quería aceptar la cruda realidad, pero tampoco
podían seguir así, ya que la situación empeoraba cada día más y más.
Finalmente y por recomendaciones del Dr. Romero, va llevar a Marcela con
un Psiquiatra.
Inmediatamente realizaron una consulta con el
Dr. Ignacio Del Cerro, especialista en psiquiatría, quien evaluó
detenidamente el caso de Marcela y la medicó como para que esté más
tranquila y no tan angustiada, mientras que una vez por semana quería
verla para evaluar cómo seguía el tratamiento y ver de que manera debían
proseguir.
Los días y meses fueron transcurriendo y si bien
Marcela seguía pasándose todo el tiempo dentro del departamento, ya no
lo hacía en penumbras y día por medio se cambiaba de ropa. Poco a poco
empezó a divisarse alguna mejoría, al principio tenía muchos altibajos,
pero con la acción del tratamiento fue mejorando paulatinamente.
Una tarde, a eso de las 5, recibe el llamado
habitual de su madre y luego de colgar decidió no dejar de pasar el día
entero sin haber hecho nada y pensó en ir al supermercado a hacer unas
compras. Se cambió de ropa, agarró su monedero, se puso la campera rosa
que había tejido y abrió la puerta del departamento para emprender su
camino. Bajó los seis pisos en el ascensor, caminó por el hall de
entrada, introdujo la llave en la puerta vidriada, la abrió y bajo dos
de los tres escalones, cuando se detuvo por un instante, dio media
vuelta y volvió para su departamento.
Cuando salió a la calle recordó que no había
apagado la hornalla de la cocina y mientras subía en el ascensor dudó de
que si había apagado el televisor. Entró al departamento y todo estaba
en orden, la tv y la hornalla estaban apagadas, entonces cerró la puerta
y volvió a emprender su camino hacía el supermercado.
Una vez en la calle, mientras iba caminando y
cuando le faltaba media cuadra para llegar al supermercado, dudó de que
había dejado la puerta abierta, así que pegó media vuelta y a pasos
rápidos volvió al departamento, mientras caminaba velozmente recordó que
debía sacar la ropa del lavarropas y tenderla, porque sino le quedaría
con olor a humedad.
Llegó al departamento y encontró la puerta
cerrada con llaves y ya que estaba entró a su casa para poder tender la
ropa, pero oh sorpresa, el lavarropas estaba vacío y la ropa estaba
colgada en el tender casi seca.
Entonces volvió a emprender camino al
supermercado, pero cundo solamente hizo unos veinte pasos sobre la
vereda, otra vez pensó que había dejado de la hornalla encendida y se
pegó la vuelta. Al entrar en su casa y ver que todo estaba en perfectas
condiciones se sentó junto a la mesa del comedor y empezó a pensar que
se estaba volviendo loca.
Al día siguiente le volvió a pasar lo mismo y
así por varios días más, cada vez que salía de su casa, le sucedía lo
mismo y tenía que volver. Hasta que fue a contárselo al doctor Del
Cerro, quien inmediatamente la sometió, por varias jornadas, a distintas
pruebas de control, como electroencefalogramas, escáner cerebral y
hasta arteriografía, pero ninguno estudio reveló nada, no tenía un tumor
o una aneurisma, sino que solamente padecía un principio de amnesia de
corto plazo.
Así que ahí mismo arrancó un nuevo tratamiento
con más fármacos para poder contrarrestar la enfermedad. En total
Marcela ya tomaba catorce píldoras diferentes por día.
Raúl ya no soportaba más ver sufrir a Marcela,
así que empezó a indagar sobre como poder ayudar a pacientes amnésicos.
Entre tantas alternativas complementarias que fue encontrado y adoptando
en su cotidianeidad, descubrió la Biología Total
y que cerca de su casa había un decodificador biológico. Entonces
convenció a Marcela para que vaya a visitarlo y si bien él no creía
mucho en las medicinas complementarias, estaba dispuesto a hacer lo que
fuera para que su esposa deje de sufrir y se cure.
Una tarde lluviosa, paraguas en mano, Raúl y
Marcela fueron hasta el consultorio de Franco Vilas, quien aparte de ser
terapista ayurvédico es decodificador biológico de los seres vivientes.
Marcela y Franco estuvieron casi dos horas
conversando dentro del consultorio, mientras Raúl esperaba en una sala
con música tenue de fondo y cada tanto se dejaba oír el llanto de su
esposa através de la puerta entreabierta. Cuando terminó la sesión,
Marcela salió con cara de desconcertada y Franco le pidió a Raúl que no
le haga ninguna pregunta a su esposa y que ambos presten atención al
entorno que los rodea si es que vuelve a dudar en algo, y que la
esperaba nuevamente dentro de una semana.
Apenas llegaron al departamento, Marcela se fue a
dormir y al otro día se levantó con mejor ánimo y con ganas vivir. Vio
que su casa estaba pálida y decidió ir con su esposo hasta la florería a
comprar unas flores. Iban saliendo juntos, cuando al pisar la vereda,
Marcela se detiene y duda de haber cerrado la puerta del departamento y
se volvió corriendo a verificarlo, mientras que Raúl se quedó en la
puerta de ingreso al edificio.
En ese momento Raúl ve que frente a él, se
encuentra detenida una madre con su hijo en un cochecito, a quien se le
había caído un gorrito y se lo estaba volviendo a poner, mientras le
decía – Mi vida, se te cayó en gorrito, pero acá está mami para
cuidarte y volvértelo a poner. Y ahora vamos a casita que ya es hora de
que tomes tu mamadera.
Marcela volvió a bajar y fueron juntos hasta la
florería. De regreso a casa con un ramo gigante de múltiples flores se
cruzan con una madre que estaba abrigando a su bebé mientras le decía – Vamos a ponernos la camperita, porque después tomas frío y te hace buba.
Justo en ese momento a Marcela se le cae el ramo de flores y mientras
lo levanta le dice a su esposo que deben volver a la florería, porque se
fueron sin pagar, pero Raúl la tranquiliza calidamente mostrándole el
ticket de pagó que estaba abrochado al papel del ramo.
A los cinco días vuelven a ir de Franco Vilas y
apenas entran al consultorio, Raúl le cuenta todo lo que vio que sucedía
cada vez que su esposa dudaba de algo. Apenas Marcela escucho lo que
contaba su esposo, se puso muy furiosa y le gritó que estaba mintiendo y
que la ayude a mejorar no a complicarle más la vida inventándole
cosas. Inmediatamente Franco le pidió a Raúl que los espere afuera y le
guiñó un ojo en agradecimiento a lo que le contó.
Una hora más tarde se abrió la puerta del
consultorio y esta vez Marcela tenía cara de muy desorientada. Franco le
pidió a Raúl que la lleve a descansar sin abrumarla con preguntas
innecesarias sobre el tema y que cualquier cosa que vuelvan, pero para
él ya estaba encaminada en la curación definitiva.
A partir del día siguiente Marcela dejó de dudar
de que se hubiera olvidado tal o cual cosa y de a poco fue dejando los
diferentes fármacos que tomaba junto a las consultas a las que concurría
con el Dr. Del Cerro, y con mucha paciencia y voluntad volvió a ser la
misma que era antes de perder a su hijo.
Raúl no podía creer lo que veía y cómo su esposa
había vuelto a ser la que era; y cómo no entendía lo que había
sucedido, pero no le preguntaba a Marcela, tal cual se lo había dicho
Franco; un día cuando volvía del trabajo, paso por el consultorio de
Vilas para que este le explique que fue lo que le hizo.
Franco lo atendió muy amablemente y le explicó
que el cerebro de su esposa utilizaba un pensamiento parásito cada vez
que estaba expuesta a un posible pico agudo de estrés. Es decir que cada
vez que Marcela veía que una madre que protegía a su hijo, su cerebro
actuaba velozmente haciéndola pensar en otra cosa y no en la situación
que estaba viendo, para que esta no se convirtiera en un drama
monumental y así lo ocultaba en el inconciente, provocándole una amnesia
de corto plazo para que se centre en lo que se olvidó en vez de lo que
mira y no ve.
Una vez concientizada de su problema,
simplemente tomó conciencia de lo que le pasaba, decodificó su pesar
psicobiologico y se focalizó en estar bien y ser feliz.